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13

 

lunes, octubre 23, 2006

20:21 - Noche Salvaje

-I-


Jorge resoplaba por el peso de la maleta.

- ¿Pero qué llevas aquí? ¡Pesa más que cuando salimos!
- Lo que pasa es que no estás en forma.

[quiero salir]

- ¡Pero bueno! ¡Si no he parado de hacer ejercicio!
- Darse paseos por la playa no es suficiente. Ese tipo de ejercicio es el que deberías hacer dentro de 30 años, no ahora.

[quiero salir quiero salir]


- No solo he andado por la playa, y lo sabes. De todas formas no entiendo cómo puede pesar tanto. Se supone que solo habría bikinis y alguna camiseta de tirantes. Anda, abre.
- También llevo las toallas. Y mis cremas. Y tus zapatos. Y tus dichosos libros. Pasa. Y deja de quejarte. - Le dio un azote cariñoso en el trasero - Gordi. -
- Mmm.

[quiero salir quiero salir quiERO SALIR]

Jorge arrastraba la inmensa maleta por el pasillo. Mircella soltó las llaves del piso en el mueble de la entrada. Se quitó el abrigo y lo colgó. Luego se agachó y abrió la jaula que había dejado en el suelo.

- Venga Guapetón. Bienvenido a casa otra vez.

-II-


La Hembra ha abierto la Caja por fin. Salgo. Quiero alejarme de la Caja lo más rápidamente posible, pero lo hago con cautela. No quiero que me metan ahí otra vez.

Unos cuantos pasos y ya me siento mucho mejor. Miro la Caja. Permanece abierta, amenazante. Me estiro. Le doy la espalda, desafiante. Un último recuerdo de estar dentro me hace estremecer mientras me alejo un poco más.

Huelo la comida y la leche antes de que la hembra los vierta en mi tazón.

Tengo sed.

Leche, leche, leche. Hmm.

La Hembra se ha ido. Miro la comida. No. Necesito otra cosa. Algo que se mueva.

Cuando no vivía con humanos, cazaba cosas. Casi siempre eran cosas pequeñas, como cucarachas. Pero sabían muy bien cuando uno las cazaba. Una vez casi cacé un pájaro.

Llevo demasiado tiempo con los Humanos. Y en la Caja. Hasta huelo un poco a humano.

Miro a mi alrededor.

Veo los muebles a los que la Humana no quiere que suba. Huele a Polvo. Y a aire encerrado. Los dos Humanos hablan. También oigo los ruidos de Fuera.

Quiero ir Fuera. Voy a la Habitación Que Da Fuera.

Fuera todo es oscuro o naranja. Huele un poco a lluvia.

La Humana entra en la habitación. No me ha visto. Permanezco en silencio. No me deja salir Fuera nunca. Quiero ir Fuera. Llevo demasiado tiempo con los Humanos.

Abre la ventana y eso es todo lo que necesito.

Aire frío. Aire libre. Ruidos.

Estoy Fuera.

-III-


Me muevo lo más deprisa que puedo. Oigo a la Hembra gritar. No me deja salir Fuera nunca. Que grite.

El corazón me late con excitación. Me siento otra vez como cuando no vivía con humanos. Cuando dejo de oír a la Hembra, me detengo y miro hacia Abajo. Todo es negro, gris y naranja. Huele a agua. Siento la frecura del agua en mis manos. Lluvia.

Bajar por las cañerías no es complicado. Arrastrarse por debajo de la verja sí.

Me acicalo lamiéndome la pata derecha y restregándomela. La imagen es importante para los gatos. Nunca hago eso delante de la Hembra-Humano porque empieza a dar gritos y me coge. Luego huelo a ella durante 3 días. Como ahora.

Llevo demasiado tiempo entre humanos.

Desperdicios. Orina. De perros. Recuerdo este callejón.

Un montón de papeles se mueve. ¡Hay alguien ahí! Me pongo en guardia. Puedo olerlo antes de verlo. Y entonces lo reconozco. Es Basura. Me relajo.

Basura es un gato viejo. Su olor es el más fuerte de todos los olores de gatos que conozco. En parte por eso me hice amigo de él; al principio fue por pura curiosidad. Luego me di cuenta de que nunca va a poder atacarme por la espalda.

Excepto estando rodeado de inmundicia, claro.

Me mira. Primero sus ojos reflejan confusión. Luego el brillo del reconocimiento. Es viejo. Me doy la vuelta y lo miro. "¿Nos vamos?"

Ahora que me ha reconocido, se acerca y me mira con curiosidad. Como diciendo "¿A qué hueles?"

Lo ignoro y empiezo a andar. Él me sigue. Sus pies están pegajosos por la mugre; es mucho más ruidoso de lo que debería ser un gato. Es otra de las razones por las que no me importa tenerlo a mi espalda.

-IV-


Salimos del callejón a una calle más ancha; el olor de Basura contrasta ahora con el olor a ciudad mojada por la lluvia. Avanzamos por las sombras negras y anaranjadas. Veo mi reflejo en los charcos.

Cuesta un poco encontrarlo, pero al final encontramos a Pescado olisqueando unos contenedores. Al contrario que Basura, Pescado es joven, apenas un cachorro. Su Humano siempre lo alimenta con peces, así que permanentemente desprende un olor agradable. Ha pasado un tiempo desde la última vez que le ví, y noto que ha crecido. Cuando me nos ve, se le eriza el pelo y enseña los dientes. Yo lo miro, inmovil. Entiende que no puede aguantar su pose amenazadora sin intentar atacar y agacha la cabeza, vencido. Algún día podrá atacarme de verdad, pero ese día todavía está lejos. Me acerco a él, le hago ver que no estoy enfadado y le indico que nos siga.

Sin embargo es Pescado el que quiere que lo sigamos. No me gusta, pero aun así le seguimos. Entramos en un callejón que huele a peces, y el olor aumenta conforme nos internamos en él. Cerca de una puerta, pescado nos muestra un recipiente con restos de peces, y nos indica que nos acerquemos.

Compartimos los peces. Me como los mejores trozos, eso sí; tiene que quedar claro quien es el jefe. Pescado y Basura no ponen objeción. Ésta era la razón por la que seguía con Pescado; siempre tiene comida.

Comemos hasta saciarnos. Llueve. Miro hacia arriba.

-V-


En cuanto nos huele, Perro empieza a ladrar. Cuando estamos delante de su puerta, me quedo quieto, mirándole a través de los barrotes. Pescado y Basura se paran también, y me miran confusos. Entonces él se vuelve loco. La lluvia y las babas salen despedidas de sus fauces. Mis dos seguidores están aterrados.

Perro no supone ningún reto. Es un animal estúpido y poco interesante. Le retiro mi mirada y seguimos nuestro camino.

Luego pasamos por delante de una Caja y disimulo como puedo el escalofrío que me recorre el espinazo.

Odio las cajas.

-VI-


Ya no llueve.

Dama está en el alfáizar . Finge que no nos ve cuando nos aproximamos. Quiere que me acerque. Y por un rato le sigo el juego. En silencio, voy trepando por las cornisas y ventanas. Pescado y Basura conocen la rutina, y esperan abajo.

Entonces lo huelo. Primero es solo una sospecha, pero cuando me acerco lo suficiente estoy convencido. Él ha estado aquí.

De repente Dama se gira y me mira. Lo que veo en sus ojos me sorprente.

Veo miedo.

Y entonces aparece él, con sus hermanos.

-VII-


Gordo y sus 3 hermanos viven en una casa de humanos que huele a vómitos y orina. Ella les deja comida todos los días en una cacerola, pero ninguno de los hermanos se acerca a ella hasta que Gordo ha comido y se ha saciado; sus famélicos hermanos han aprendido a base de gruñidos y arañazos que solamente tienen derecho a las sobras.

De un salto me planto entre Gordo y mi séquito. Está todavía más gordo que antes. Tiene los ojos del color del suelo del bosque en el que yo jugaba cuando era cachorro. La saliva brilla en su boca, y desprende un tenue olor a heces.

Está levantado sobre sus 4 patas, reclamando a Dama como suya. Y no se lo voy a consentir.

Durante un rato ninguno de los dos se mueve. Finalmente es él el que da un paso hacia adelante y gruñe. Es un sonido largo, gutural y cacofónico, seguramente debido a los pliegues de piel de su cuello.

Los hermanos de Gordo se alejan un paso, de puro temor. Puedo ver como Pescado también da un paso hacia atrás. Es posible que Basura ni se haya enterado. Es viejo.

Pobres. Nunca recuerdan el grito del bosque bosque.

Mi rugido ha hecho salir en desbandada a los 3 hermanos, que se alejan corriendo por la esquina por la que vinieron. Gordo permanece clavado en su sitio, en posición amenazadora, pero sabe que ha perdido. Aumenta un poco su holor a heces. Me acerco, enseñando los dientes. Él da un paso hacia atrás. Avanzo de nuevo y él retrocede. Doy dos pasos más y levanto mi zarpa derecha.

Cacas da un par de pasos hacia atrás, y luego súbitamente decide abandonar la pose combativa, dar media vuelta y huir tras sus hermanos. Le he vencido sin tener que tocarle.

La imagen es importante para los gatos.

Me siento bien.

-VIII-


Ella me lame el cuello. Yo me dejo hacer. Luego me sitúo tras ella. Se resiste. Al menos al principio.

La tomo muchas veces.

Cuando termino estamos los dos exhaustos.

Me doy cuenta de que he recuperado mi verdadero olor.

Vuelvo a ser Salvaje.

-IX-

- ¡Mirceee!
- ¡Queee!
- ¡Ha vuelto el gato!

Mircella entró en la cocina.

- Ay, míralo durmiendo en su cestita. Menos mal. -Miró a Jorge- Y por cierto, se llama Guapetón, no "el gato".
- Paso de llamarlo así. Es super cursi.
- Antes se pasaba todo el día acicalándose. Por eso se lo puse.
- Pues no me gusta.
- Mmmm.
- Se le ve agotado. ¿Qué habrá estado haciendo toda la noche?

Mientras, Salvaje soñaba con que cazaba por el bosque.

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miércoles, septiembre 20, 2006

01:02 - El mejor sueño del mundo

Era martes por la noche. El día había sido claro y agradable, y corría esa brisa que corre por las noches que siguen a los días de buen tiempo.

Una plácida y rutinaria noche en la zona de observación del hospital.

Cuando el reloj de la recepción marcó la hora acostumbrada, las luces del pasillo se atenuaron.

Margaret casi se arrepentía de haber cogido el turno de noche en esa zona. Sentada tras su mostrador, leía una novela rosa sin mucho entusiasmo. No le estaba permitido encender la tele a partir de ciertas horas. Era un trabajo fácil y sin sobresaltos, y sin embargo estaba empezando a plantear que tal vez las horas extra y el aumento de sueldo por trabajar de noche no merecían tanto la pena.

En el silencio nocturno, podía oír avanzar el segundero del reloj que había encima de la puerta del hall. Tic-tac. Trató de seguir con la lectura, pero ella nunca había sido una lectora muy constante, y ésta no era especialmente buena. Tic-tac. Bostezó. Tic-tac, tic-tac.

Por primera vez en 3 años, Margaret se durmió estando de servicio.

Y por primera vez en 8 años, el paciente de la 33B se movió.

El timbre retumbó en el panel de Margaret, y la adrenalina del susto se encargó de curar a Margaret sueño y el aburrimiento. La luz roja de la 33B estaba iluminada.

Mientras avanzaba por el pasillo, recordó al paciente de la 33B. Un accidente de coche. Entró en coma y no volvió a despertar. Sus familiares y amigos habían dejado de ir a visitarle antes de que Margaret entrara a trabajar en el hospital.

Empujó la puerta. Las luces del pasillo, debilitadas, hacían lo que podían para iluminar la habitación. La cama del paciente estaba justo delante de la puerta. Vio movimiento.

Encendió la luz y lo primero que vio fueron unos ojos azules grandes que la miraban, aunque se cerraron al instante, al tiempo que el paciente se encogía en la cama, para tratar de taparse con la luz. Luego el paciente pareció pensarlo mejor y la miró.

- k..k..gsh..k..

Hacía esfuerzos visibles por hablar, pero eran bastante infructuosos. Las cuerdas vocales hacía tiempo que se habían olvidado de cómo funcionar. Le rodó una lágrima por la mejilla.

- Tranquilo señor, en un momento aviso a un médico.

El paciente negó con la cabeza. Con gestos torpes (los brazos tampoco recordaban cómo funcionar) señaló la jarra en la repisa.

Ella tuvo que sujetarle el vaso. El agua se le caía por las comisuras de los labios.

- De acuerdo. Tome un poco de agua. Así. Con cuidado. Ahora voy a avisar a un médico. ¿Cómo? ¿No quiere que avise a uno?

Él le hizo gestos para que se acercase. Tiró débilmente de ella, con un esfuerzo visible, le acercó la boca al oído. Su voz, más que una voz, era un conjunto de resoplidos y susurros.

- Rápido.-susurró- Lápiz y papel. -Tragó un poco de saliva- ¡Antes de que se me olvide!

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lunes, abril 03, 2006

02:06 - El Juego (parte 1)

El individuo del que nos ocuparemos a continuación es Lázaro Fournier.

*****

Poco antes de que llegara el momento del que vamos a hablar, tú, Lázaro Fournier, 53 años, ingeniero, casado y
padre de dos hijos, estás volviendo a casa después de una agotadora jornada laboral. La noche y la lluvia pugnan por comerse la ciudad (gana la lluvia, pero por poco).

Odias conducir con lluvia. Odias conducir de noche. Odias pillar atasco cuando vuelves a casa.

La residencia de la familia Fournier se encuentra en una de esas ciudades dormitorio que se suelen encontrar en las afueras de las grandes ciudades. En línea recta, la distancia que te separaba del bonito chalet de 2 pisos, jardincito y cochera no es de más de 15 kilómetros. Te parece ver las luces del complejo residencial, aunque con el aguacero te es imposible saber si realmente lo has visto o si tu subconsciente te está jugando una mala pasada.

La salida que debes tomar estaba cerca, pasado el puente, a unos 50 metros. Sin embargo, calculas que si la cosa seguía así, tardarás una hora en llegar. Alguien debe haber tenido un accidente. Seguramente por la lluvia.

Sigues con la mente la canción que suena en la radio, tamborileando suavemente el volante. Luego miras otra vez hacia donde calculas que estaba tu urbanización, en un punto más o menos 30 grados a tu izquierda. Fuerzas un poco la vista. Sí, podías distinguir la línea de farolas de la calle principal. Tu casa debe estar... más o menos allí.

La frecuencia de las gotas de lluvia golpeando tu ventana aumenta de repente. Lo habrías atribuido a un golpe de viento, si no fuera por lo que ocurre a continuación.

Encima de tu urbanización, en el cielo, aparece un punto de luz. Debe ser muy brillante: puedes distinguirlo con claridad, a pesar de la lluvia que golpea, ahora agresivamente, el cristal de la ventanilla.

Tu casa no está en zona de tránsito aereo. Una de las razones que os habían dado para justificar el abusivo precio fue precisamente "la tranquilidad del entorno".

Cuando empiezas a enfadarse con los de su promotora por haberte engañado como a un chino notas un chasquido. Luego todo ocurre de repente.

Tu coche se para en seco.
La radio queda muda.
Y todo se vuelve noche. Es como si apagaran el mundo: los faros del coche, las farolas de la autopista, las luces de su urbanización, todas las luces dejan de brillar.

Todas menos una.

Sin focos o farolas que lo atenúen, el punto de luz ilumina la mitad de las nubes del firmamento. Un diamante entre algodones sucios. Percibes un leve murmullo.

Acto seguido un cegador destello provinente de la singularidad
graba los contornos de varias nubes en tus retinas. El leve murmullo que oías se convierte en un gran estruendo, y luego en un aullido ensordecedor.

Momentos después, un fuerte golpe de viento cargado de gotas de lluvia impacta con fuerza en el coche. Es violento: levanta unos centímetros las ruedas delanteras.

Y luego nada. La autovía queda silenciosa. La luz grisácea lo baña todo. Los amortiguadores se esfuerzan por estabilizar el coche, meciéndolo hacia arriba y abajo.

Te aferras fuertemente al volante. Tienes los ojos cerrados y te has llevado las manos a los oídos. Medio ciego, medio sordo, subiendo y bajando en su coche parado, profieres la primera palabra de este relato.


-Coño.


El instinto de supervivencia te hace moverte. Abres los ojos. Llevas tu mano derecha a la llave de contacto y la giras. El motor no responde. Giras un par de veces más, lentamente, como los padres de familia saben hacerlo. Quizá un poco de dulzura haga resucitar al motor.

No hay suerte. Agarras el volante otra vez. Se te empiezan a acostumbrar las retinas a la nueva iluminación. Miras a tu alrededor. ¿Qué hacen los demás conductores, Lázaro?

El resto de los coches de la autopista se muestran tan inertes y grises como el tuyo. El puente dibuja estiradas sombras que sobre el paisaje grisaceo. Observas al conductor de tu izquierda.

Un hombre mayor, de unos 65 años. Pelo canoso, tapado parcialmente por una de esas gorras que usa la gente de los pueblos. Sujeta el volante con las dos manos. Tiene la expresión ausente, y la vista al frente. Te parece raro que no se mueva, a pesar de que su coche se ha quedado sin motor, sin luces y sin baterías.

No se mueve en absoluto, Lázaro. Puedo ver en tus ojos el momento en que te das cuenta. Veo el miedo. Luego desvías la mirada un poco más abajo. Sé lo que estás mirando.

Estás mirando las gotas de lluvia que te separan del viejo. Las gotas que permanecen suspendidas en el aire, inmunes a la gravedad y a la inercia. Ahora veo el terror y la confusión en tu cara.

"Tengo que salir de aquí" piensas. Tratas de abrir la puerta del coche, pero ésta no cede. Lo intentas una y otra vez.

"Deja la puerta, hombre". Te sobresaltas. Te he asustado. Hehehe. "No se va a abrir".

Tienes los pelos de punta. Desde el retrovisor, mis ojos claros te devuelven la mirada.

Me encanta este momento.

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jueves, marzo 16, 2006

01:30 - Hola mundo

Hola mundo. Siempre se empieza así. Y el mundo suele responder; a su manera.

Hoy el mundo ha decidido responder con un bonito mensaje de error.

- (Mierda.)

Sólo lo piensa, claro. Con ésta al lado...

Las cosas nunca han ido demasiado bien, pero las dos últimas semanas no hay quien las aguante: entrar a las 9 y salir a las 2 de la madrugada. Por supuesto sin cobrar ninguna hora extra. Y el fin de semana también aquí.

El café ha dejado de ocultar el sueño atrasado. La camisa que compró hace ya no sabe cuantos meses se ve arrugada y con los puños sucios.

Otra prueba... y otro error.

- (¡Joder!)

De nuevo, solo piensa. Aunque pulsa la tecla "enter" especialmente fuerte, como reprimentando al portátil. Ella le mira durante un instante y luego sigue con lo suyo.

La semana pasada agotaron todas las ideas y probaron todas las posibilidades que tenían. Esta semana están repitiendo los tests "para ver si se les ha escapado algo". Sí, fue idea de ella.

Hay que hacer la siguiente prueba. La pone en funcionamiento y se levanta.

- Voy a echarme un poco de agua en la cara.
- Vale.

La oficina está desierta. Puede oír el ruido del tráfico, que atraviesa las cristaleras. El sol hace tiempo que se ha puesto. Pero el termostato del edificio "inteligente" hace que en el interior la atmósfera sea tres o cuatro grados superior a lo que debería.

En la oficina hace siempre el mismo bochorno.

El agua fría le despierta y le molesta a partes iguales. Se mira en el espejo.

- Patético.

Lo ha dicho en voz alta. Se dice a sí mismo que es aún más patético por hablar solo.

Ya no le apetece más café. Coge un vaso de agua. Le da un sorbo mientras se queda mirando uno de esos posters corporativos. Éste en concreto tiene una playa de fondo. Se permite una pequeña ensoñación: recuerda la última vez que estuvo en la playa. Su pésimo estado de ánimo le hace preguntarse cómo ha podido empeorar todo tanto en tan poco tiempo.

Ya está. Hasta aquí.

Se imagina la cara que ella va a poner cuando se lo diga. Sonríe por primera vez en dos semanas.

*****

Hola mundo.

El mundo le responde con una suave brisa en la cara.





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